Hace unos días, Vicente Santana, párroco de la localidad grancanaria de Las Huesas, tuvo la amabilidad de invitarme a un almuerzo que, con motivo de las fiestas del Carmen, un grupo de sacerdotes, parroquianos y amigos celebraban en un restaurante de la zona.
El motivo de la invitación es que este año, en el programa de fiestas, el padre Santana había introducido un texto mío que, sobre Manuel Alemán y su Psicología del Hombre Canario, había sido publicado en el diario grancanario La Provincia y en el tinerfeño La Opinión, en agosto y septiembre de 2003, respectivamente.
En el almuerzo pude charlar con él y con otros asistentes al mismo, entre ellos el ex-presidente del Gobierno de Canarias, Lorenzo Olarte, que nos regaló la primicia de que estaba escribiendo sus memorias, que tiene previsto publicar el año que viene. Pero sobre todo esto hablaré en otra entrada.
Por ahora, los dejo con este texto, que el mail de un párroco atípico, redactor de la interesante página Iglesia Canaria, me hizo sacar de un cajón de la memoria.
ECOS DE UN PENSADOR
Concentrar en estas líneas la importancia del trabajo que nos ocupa es imposible. Solo nos queda la posibilidad de apuntar algunas ideas a propósito de este libro excepcional. En Manuel Alemán se concentraban las virtudes del hombre bueno y del pensador riguroso. En estos tiempos andamos perdidos (¿usted no lo está?) y tenemos en nuestra casa, en Canarias, algunas palabras que necesitamos oír para seguir adelante con la cabeza alta. No hablamos aquí de palabras de autocomplacencia o de palmaditas en la espalda. Hablamos de palabras duras.
A nadie le gusta escuchar sus verdades. Esas que guarda tan bien debajo de la cama. El pueblo canario lleva siglos barriendo el polvo debajo de la cama. Este es otro motivo más para no leer este libro: evitar escuchar palabras dolorosas. Si cree usted que es mejor evadirse, huir del dolor y buscar sólo los buenos momentos en la memoria, hágase un favor: no vaya a la biblioteca a buscar Psicología del Hombre Canario. Porque su lectura duele. Duele saber que no nos sabemos y que no hacemos cotidianamente nada para sabernos. Duele saber que nos consideramos infrahombres incapaces de nada que merezca el calificativo de humano. Duele saber que somos seres dependiente que no creemos en nuestras posibilidades. ¿Exagerado, no? Por si acaso, aquí va la advertencia: si abre usted el libro y descubre algunas verdades incómodas, no diga que no leyó este artículo, que no lo sabía.
Este artículo brota de una pasión y de un grito de rabia. La primera se llama Canarias; el segundo resurge contra el Olvido. ¿Cuántas generaciones de canarios están esperando que alguien les tienda una mano y los escuche? A través de sus obras, claro. Nos han dejado sus obras de arquitectura, de literatura, de música, de reflexión; sus bancales, sus esculturas, sus romances, sus cuadros. Y -nos guste o no- en nuestras pisadas estuvieran las suyas, en nuestra voz está su voz, en nuestras arrugas estarán sus arrugas. Y nosotros los despreciamos. No leemos sus libros, no respetamos sus obras y miramos hacia afuera (hospitalarios y cosmopolitas que somos, dicen) como buscando la respuesta y la solución a todo.
Ecos de ecos de ecos son estas palabras. Ecos de dolor que encontramos en las páginas de Manuel Alemán y de su libro. Pero, sobre todo, ecos de esperanza para quien quiera oírlos.