Mi amigo Antonio Rodríguez nos envía una colaboración cuando se cumplen cinco años de la trágica marcha de nuestro común amigo, Juan Antonio Betancor. Juan Antonio era un conejero noble, independentista, compañero de múltiples vivencias de todo tipo y que llegó a ser parlamentario del P.I.L. Sirvan las siguientes palabras, que también hago mías, como homenaje a su memoria.
Hace cinco años (en memoria de Juan Antonio Betancor Brito)
Por Antonio Javier Rodríguez Gutiérrez
3 de noviembre de 2010
Hace cinco años y unas pocas semanas, en Mancha Blanca, compartimos risas, copas, recuerdos de buenos momentos vividos en común y debatimos apasionadamente sobre temas que siempre nos hicieron vibrar. Hace cinco años y unas semanas fuimos a cenar a la Villa, y más sosegadamente, compartimos proyectos de futuro y cerramos reencuentros venideros. Al día siguiente, sudoroso y estresado nos llevaste al aeropuerto y nos despedimos con el compromiso de vernos pronto. Nada hacía presagiar que esa era la última vez que te vería y que todo lo vivido en aquellos días de septiembre de 2005 iba a quedarse grabado a fuego en mi alma, convirtiéndose en una despedida tan inesperada como prematura. El 15 de octubre de aquel año, unas pocas semanas después de nuestro último encuentro, decidiste poner fin a tu vida. Hace pocos días, se cumplieron cinco años de aquellos terribles momentos.
Fue una decisión personal, pero a la que sin duda te llevó la ansiedad y el estrés que te provocaron las presiones de unos y otros, de aquellos que entienden el ejercicio de la política, no como vocación de servicio público, sino como la del acceso y mantenimiento de cuotas de poder a costa de lo que sea.
Unos meses antes me habías dicho por teléfono que estabas tan quemado que se te habían pasado por la cabeza alguna tontería. Te mandé al carajo y te exhorté a que dejaras cualquier actividad política antes que se te volviera a pasar cualquier disparate por la cabeza. Me dijiste que por supuesto, que eso lo tenías claro. Quién iba a imaginar que la cosa fuera en serio y que esa oscura idea iba a terminar tomando cuerpo.
Camino a la última comida que compartimos, me recordaste lo hastiado que estabas, que la honestidad y compromiso que siempre habían sido tu principal motivación, estaban emponzoñadas porque el presidente de tu partido estaba preso por corrupción. Yo te animé y te recordé que no tenías nada que justificarme, que la confianza y amistad estaban fuera de toda duda, que, tras años de luchas sociales, te había surgido la oportunidad de trabajar desde otro ámbito, que aquella era tu estrategia y que te la respetaba.
Desfilaron todos frente a tu cuerpo inerte, unos en Famara en los primeros momentos y la mayoría delante de tu ataúd. Presencié con repugnancia a una alcaldesa-parlamentaria que semanas atrás te habían insultado y agredido (con el lanzamiento de grapadoras y demás material fungible en el despacho del Grupo Mixto del Parlamento de Canarias), a concejales, malos aprendices de caciques, a los que les gustaba jugar con las necesidades de la gente, tratando de dirimir quien era seleccionado o no para un puesto de trabajo (no valorando las capacidades de los candidatos, sino dependiendo de las filias y fobias partidistas del momento), a sentenciados por corrupción que te presionaron sin importarles tu estado para no terminar de perder sus cuotas de poder y que tuvieron la indecencia de tratar de rentabilizar electoralmente tu muerte, a estómagos agradecidos que vociferaban desde los medios lo que sus pagadores mandaban, a parlamentarios y demás cargos electos, indignos del mandato que les dio la ciudadanía, a extorsionadores secuaces de todos los anteriores, etc… Pero también noté el calor de mucha gente honesta y trabajadora, gente sencilla y humilde, a jóvenes maduros y viejos que te amaban y respetaban. Con estos últimos son con los que me quedo.
Ya han pasado cinco años y todo sigue igual en esta tierra canaria que parece maldecida por la ignominia y la indecencia. Mandan los de siempre: aquellos que entienden lo público como su finca privada, los que compran palabras y voluntades, los que paralizan de miedo a despachos de abogados que deberían dedicarse a defender a los ciudadanos de los atropellos, los déspotas que ocupan sillones que deberían estar destinados a servidores del pueblo, los repugnantes maridajes político-empresariales, etc… Tú eras muy noble y honesto para ese nido de víboras.
Hace cinco años que no estás y no hay día que no te recuerde, que no sienta en mi alma los intensos momentos que vivimos juntos, la amistad sincera, la querencia pura, que no lamente lo inútil de tu muerte, que no sufra por el dolor imborrable. No quiero recordarte con nombramientos institucionales, con cursis y grandilocuentes tratamientos, prefiero verte sencillo siempre, presente en las luchas legítimas, en la dignidad, en el trabajo sincero y honesto, en la pureza de las cosas, en la nobleza de la gente humilde, en nuestro mar, en nuestros riscos y en nuestros campos.
De lo único que estamos seguros es que siempre seguirás vivo en el recuerdo de los que de verdad te conocimos y te amamos. Las respetabilísimas creencias en vidas posteriores y eternas, quedan para la esfera íntima de cada uno.
Pocas semanas después que tus cenizas se esparcieran en la Montaña de Gallo, hace ahora cinco años, la tormenta tropical “Delta”, esparció éstas por todo tu norte amado, el que te vio nacer, crecer y morir. Pareciera que tu mar, tus barrancos, tus valles, tus riscos y tus montañas quisieran quedarse para siempre con un pedazo tuyo.
Seguiré recordándote y queriéndote por siempre, aunque, por más que lo he intentado, no he podido terminar de reconciliarme con Lanzarote, la isla que se convirtió en una suerte de Saturno fagocitando a su hijo, probablemente al mejor de ellos.»