Yo no sé qué será. No sé si es algo que tiene el baloncesto y no tiene el fútbol o son las aficiones del Canarias y el Gran Canaria, que por lo visto comparten un estadio superior de inteligencia donde no existe el pleito insular frente al típico futbolero energúmeno y faltón. El caso es que, visto lo que sucedió el pasado domingo 4 de noviembre en el tinerfeño Pabellón Santiago Martín, tiene uno motivos más que suficientes para la alegría. Aquello fue una fiesta del deporte canario, de la canariedad, de la rivalidad bien entendida. Según la crónica de Tenerife Deportivo, titulada con acierto «Rivalidad no es enemistad», cánticos compartidos, piropos y hasta flores hubo… Fue algo más que un comportamiento ejemplar de ambas aficiones lo que allí tuvo lugar, fue casi una declaración de cariño mutuo en medio de la fiesta del baloncesto canario. Creo que no me equivoco si digo que los aficionados del Canarias están deseando viajar con su equipo a disputar el próximo derby. Y yo, desde luego, también, porque no ocurre a menudo que los canarios celebremos algo juntos. Siempre hay tiempo para la desconfianza, el recelo, el pique pero jamás para reconocer lo evidente: somos más parecidos de lo que a algunos les gustaría admitir y cuando nos unimos, todo lo demás, resultado incluido, importa poco.