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Aníbal García Llarena nació en Tenerife, Islas Canarias. Pasó toda su vida en el populoso barrio lagunero de Taco, salvo un año de universidad que cursaba estudios de sociología, y se trasladó a Toulouse (Francia). Es un apasionado de la cultura y tradiciones del pueblo canario, actividad que en música y baile refleja su situación laboral desde tiempo en la isla de Gran Canaria (actual lugar de residencia). Es un amante de las lenguas y la literatura, especializándose, en esto último, en relatos cortos, décimas y greguerías.
‘Madre’ y ‘vida’ son dos palabras que siempre me han resultado ligadas entre sí. No puedo separar una de la otra, ni siquiera en su versión polisémica, ya que, incluso en nuestro propio cuerpo, se encuentran bastante juntas.
Las viejas en mis islas llaman “vida” al ombligo, pues se trata de la conexión directa con la madre, que a su vez, la creencia popular la sitúa más arriba de aquélla, en la boca del estómago, ese que se corrompe cada vez que la madre sufre un susto o disgusto en la vida.
La madre es el origen, el principio; como el naciente de agua.
Pero la vida también lo es.
Tal es la semejanza y unión que poseen estos dos términos, que me pregunto:
-¿Existirá la madre después de la muerte?
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Aníbal García Llarena nació en Tenerife, Islas Canarias. Pasó toda su vida en el populoso barrio lagunero de Taco, salvo un año de universidad que cursaba estudios de sociología, y se trasladó a Toulouse (Francia). Es un apasionado de la cultura y tradiciones del pueblo canario, actividad que en música y baile refleja su situación laboral desde tiempo en la isla de Gran Canaria (actual lugar de residencia). Es un amante de las lenguas y la literatura, especializándose, en esto último, en relatos cortos, décimas y greguerías.