
Este artículo lo publica
Agustín Bethencourt (Tenesor Rodríguez Martel) nace en Gran Canaria en 1972. Estudios de lengua y cultura rusas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria . Vive en Moscú de 2002 a 2007. Tras 8 años viviendo en Bruselas, en 2016 se muda a Viena, desde donde sigue muy de cerca la realidad de Europa Central y Oriental. Miembro fundador de la revista Tamaimos y de la Fundación Tamaimos.
Los deportes que gozan de más popularidad difieren de un país a otro. Así, aunque el fútbol suele reinar en casi todo el planeta, hay una diversidad de gustos y aficiones que dice mucho de la cultura de cada lugar.
Asi, por ejemplo, el patinaje artístico y el hockey sobre hielo son muy seguidos en Rusia. Como consecuencia de ello, la cobertura mediática es también muy amplia. En Bélgica (donde hace tan solo unos años había 11 profesionales canarios, buena parte de ellos provenientes del Club Taburiente), el hockey sobre hierba es un deporte más popular que en nuestro país. Pero es sobre todo el ciclismo, en sus diferentes manifestaciones, el deporte que caracteriza a Bélgica. Hay clubes, competiciones y aficionados por doquier. En Austria, los deportes de inviernos son muy populares. El esquí ocupa espacio en televisión, radio y periódicos; y no es raro ver las primeras páginas de las secciones deportivas narrando competiciones de este deporte un día sí y otro también.
¿Y en Canarias? ¿Cuáles son los deportes que nos caracterizan? La lucha canaria, la vela latina… ¿Y qué lugar ocupan en los medios informativos? Bastante modesto. Una posible explicación a este contraste es que los deportes que mencionaba más arriba son internacionales y están profesionalizados, a diferencia de nuestros deportes vernáculos.
En este sentido merece la pena recordar que la lucha canaria gozó de promoción en los JJOO de Barcelona 92 y que, en aquel momento, se hablaba de la posibilidad de que terminara siendo deporte olímpico. Además, ha habido competiciones de lucha canaria en, al menos, dos países, aparte de Canarias: Cuba y Venezuela. Y, sin embargo, a día de hoy se practica como deporte federado solo dentro de las fronteras de nuestro archipiélago.
¿Pero entonces solo los deportes internacionales merecen buena cobertura mediática? Tomemos el ejemplo de hurling: nunca olvidaré aquel domingo de agosto de 2010 en que fui a desayunar a una terraza en Belfast, abrí el periódico y vi que las dos primeras páginas de de la sección deportiva estaban dedicadas a una práctica de la que yo no había oído hablar en mi vida. ¿Internacional? ¡Y un cuerno! Local a tope, y a mucha honra. Y con buena cobertura mediática.
Sin embargo, el argumento del amateurismo es muy usado para justificar esta sonora ausencia: “la lucha canaria es amateur, y por eso recibe mucha menos atención mediática que el fútbol o el baloncesto”. Pero es que en ninguno de los países de los que hablaba, en ninguno de los deportes que citaba (patinaje artístico, ciclismo y esquí), se defiende que haya que jugar al todo o a la nada: “o estos deportes son más populares que el fútbol o mejor relegarlos a un segundo plano”. Nada de eso. Tanto en Rusia, como en Bélgica y Austria, el fútbol es el deporte más popular; y el baloncesto es también muy popular en Rusia y Bélgica. Pero eso no quita que en esos lugares le den relevancia a aquellas manifestaciones deportivas en las que se manifiesta su carácter como pueblo. No se trata de todo o nada, sino de sumar, de combinar, de sentirse orgullosos de sus valores deportivos (manifestaciones singulares, cantera de jóvenes jugadores, tradiciones especialmente arraigadas…), sin renunciar por ello a otras manifestaciones que, no por más potentes, tienen que aplastar al resto.
Y, sobre todo, que nuestros deportes tradicionales se profesionalicen depende en buena medida de nosotros mismos: si mimamos a la afición, si los deportistas se preparan adecuadamente, si las directivas y las federaciones preparan a sus responsables para esta tarea, si las empresas se implican en mayor medida… nada impide que, por ejemplo, la lucha canaria se profesionalice en el futuro.
Y para ello es imprescindible la complicidad de los medios. Esta es la pescadilla que se muerde la cola: “como no aparecen mucho en los medios, no atraen más público. Como no atraen mucho público, no atraen más cobertura mediática”. No somos conscientes de que tenemos joyas con los que otros pueblos no pueden sino soñar. Nosotros no tenemos que inventar deportes (que si aparecen, bienvenidos sean): los tenemos en nuestro acervo cultural desde hace siglos, si no milenios. ¡Qué joyas de las que deberíamos sentirnos orgullosos y a las que deberíamos sacarles partido!
La cobertura mediática, al menos en un principio, debe ser un incentivo, y no esperar a que de los mismos resultados (o parecidos) que -digamos, el fútbol. Esto, además de injusto, no es nada realista. Otra cosa es que los medios esperen -con razón- que su inversión inicial se vea recompensada con el tiempo con mayor presencia de público. Eso es posible. No hay más que recodar los grandes desafíos que llenaban espacios como el Centro Insular de Deportes de Gran Canaria (seis mil espectadores) en los años 90 del pasado siglo.
Pero entonces, ¿por qué esa gran diferencia entre cómo se trata a los deportes más característicos en Canarias y en otros lugares del mundo? En mi opinión, hay, al menos, dos grandes motivos:
Pero, ¿es esto irremediable? ¿Se trata de una lucha de David contra Goliath en la que Goliath sale vencedor? Los ejemplos de Rusia, Bélgica, Austria e Irlanda muestran claramente que no; que se puede dar la vuelta a la tortilla; que nuestros deportes tradicionales pueden contar con más atención mediática, educativa y, en definitiva, social.
Falta que nos lo creamos y que hagamos entre todos que estas joyas se conviertan en símbolos visibles y orgullosos de una canariedad moderna y preñada de porvenir.
Este artículo lo publica
Agustín Bethencourt (Tenesor Rodríguez Martel) nace en Gran Canaria en 1972. Estudios de lengua y cultura rusas en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria . Vive en Moscú de 2002 a 2007. Tras 8 años viviendo en Bruselas, en 2016 se muda a Viena, desde donde sigue muy de cerca la realidad de Europa Central y Oriental. Miembro fundador de la revista Tamaimos y de la Fundación Tamaimos.