La agricultura canaria hoy en día es un cadáver que muestra su esqueleto sobre el territorio. En el caso de Gran Canaria se ha creado un paisaje de exportación en toda la zona baja de la isla y otro de agricultura destinada al mercado local, que puede verse en la zona de medianías y cumbre. Hoy de eso queda el esbozo marcado en las construcciones que podemos ver como elementos etnográficos del paisaje, abandonado a la mano de dios con los derrumbamientos de muros, la desaparición de las infraestructuras de riego o la pérdida de paisaje que los usos propiciaban.
La agricultura de exportación tuvo un fuerte desarrollo económico desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX debido a la mejora en las tecnologías de riego. Hoy en día nos queda un paisaje que responde a una visión únicamente productivista, sin tener en cuenta los recursos necesarios y de los que se disponían. Tenemos un claro ejemplo con los acuíferos de Gran Canaria, que han descendido en un 70% su nivel freático.
Las subvenciones de los últimos años han podido ser un estímulo, con luces y sombras, en la continuidad de la actividad y sostenimiento de un paisaje plastificado, que ha aportado nuevamente al sector mejoras tecnológicas y garantía económica en los productos.
Hoy por hoy queda en el ideario de las mentes más revolucionarias y soñadoras valorar y enmendar los costes ambientales y sociales, buscado alternativas que se responsabilicen de los costes ambientales, tema este que es muy complejo debido a que toca demasiados campos que se resumen en la palabra sostenibilidad y soberanía alimentaria.
Por otro lado, la agricultura de autosuficiencia tuvo su importancia, manteniendo hoy en día su vigencia en cuanto a la necesidad del abastecimiento de la población. En este tipo de agricultura existía variedad y coherencia territorial. Se cultivaban desde los cereales para el alimento animal tanto como para el consumo humano, hoy casi extintos, como las hortalizas de temporada.
Su desarrollo fue con un campesinado pobre y medio, que fue el que emigró en busca de mejores posibilidades en cuanto se cambió el modelo económico en la isla por el binomio turismo y construcción. Esta agricultura ha estado en el abandono desde los años 40 aproximadamente, sostenidas algunas fincas salpicadas con población envejecida sin que haya un verdadero relevo de jóvenes agricultores.
Hoy en día la mancha verde se ha incrementado ligeramente. Desde los 80 aproximadamente, El sector de agricultura ecológica en Canarias empieza a ser visible de manera casi aislada. Poco a poco ha ido tomando fuerza, siguiendo la inercia del movimiento a nivel mundial. , aunque le queda mucho por avanzar desde los pequeños productores que, al igual que ocurre en el modelo que llamamos convencional, son los creadores y organizadores del paisaje agrícola. Sus beneficios son incuestionables, abarcando desde la salud hasta los aspectos ambientales.
Este modelo de agricultura, que no es otra cosa que empezar como mínimo desde que la agricultura sufriera el manotazo de la revolución verde, donde en Canarias se conoce este episodio como la primavera silenciosa, Empieza a tener visos de usos coherentes en el territorio, hoy manifiestamente necesarios para evitar puntos calientes como puede ser la erosión, la pérdida de biodiversidad o los incendios de nivel 2 como los acaecidos en agosto de este 2019 en las cumbres de Gran Canaria.
Agricultura ecológica, ventana de esperanza
Las ciudades canarias, sobre todo en las islas más pobladas, han crecido de manera exponencial, dando respuesta en primer lugar al sector de la construcción y de paso, a las altas concentraciones de habitantes con necesidades alejadas del mundo rural. En los últimos 30 años han dejado un paisaje arquitectónico casi salvaje, donde no se tienen en cuenta los espacios comunes de encuentro(tenemos muchos ejemplos de espacios que iban a ser destinados a parques y se han convertido en parques móviles, o rincones que eran propios del encuentro social y fueron anulados sin crear espacios alternativos que no supongan una acción de consumo material, y ya nada que decir con la importancia que se le ha dado al coche donde los niños principalmente han sido desterrados a parques infantiles a los que van escoltados por el adulto).
El mundo rural queda herido de muerte por varios motivos.
- El éxodo del campo a la ciudad
- El éxodo dominguero de la ciudad al campo con mentalidad urbanita.
La agricultura ecológica puede ser una ventana de esperanza si se construye dando la mirada a la ciudad y consiguiendo que esta comprenda la visión que apunta Jaime izquierdo (autor de libros como “La construcción cultural de la naturaleza” o “Asturias, región agropolitana:Las relaciones campo-ciudad en la sociedad posindustrial”), cuando habla de la aldea como la matriz y fuente de la que beber en las ciudades, desarrollando su teoría de nuevas ciudades y nuevas aldeas que contemplen las necesidades actuales. De ahí el término de agropolitano.
Lo cierto es que nadie quiera volver a vivir la situación de penuria y precariedad que se vivió cuando la agricultura de autoconsumo estaba en pleno auge bajo el ala de la agricultura de exportación, reteniendo mano de obra y quitando el hambre a los sectores invisibles que han hecho de amortiguadores y colchones sociales, como es el sector de la agricultura de autosuficiencia y las mujeres a lo largo de la historia (Cristina Carrasco “Mujeres y Economía”, “Economía Feminista”, Yayo Herrera “Economía ecológica y economía feminista”) de quienes sostenían un modelo injusto y desigual, como el que vivimos hoy en día, reconvertido con alta sofisticación y tecnología.
Para retomar la agricultura habrá que reinventarla desde donde se quedó pero añadiendo aspectos nunca conocidos, quedando abierta la posibilidad de crear un paisaje agrario con una nueva construcción que contemple a quienes la trabajan ofreciéndoles la dignidad y justicia de la que han carecido a lo largo de la historia.
Se plantea un nuevo reto de futuro, a lo que se suma el serio cuestionamiento que debiéramos hacer al modelo económico en el que estamos inmersos, que obliga a las persona agricultoras a ser empresarias alejándolas del corazón campesino. Es archiconocida nuestra dependencia del exterior dando datos alarmantes.
Tenemos motivos más que justificados para preocuparnos. Por un lado vemos el campo abandonado, por otro ,una actividad agrícola de exportación basada en subvenciones, por otro un paisaje de medianías y cumbre abandonado, y por otro, los supermercados abarrotados de mercancía, provocando que olvidemos las estaciones y la realidad de nuestros zapatos.
Hemos cambiado los espacios cultivados que nos proporcionaban hábitat, seguridad y tranquilidad por supermercados, donde si no dispones de liquidez económica no se come. Hemos cambiado un modo de vida campesina, muy precaria si imitamos el pasado, pero con posibilidades de cambio desde la toma de conciencia y el asociacionismo para reivindicar los derechos de las personas campesinas como E-evolucionarias hacia un nuevo modelo agrícola y social.
Paisaje tras el incendio
Llevada por el hilo, extractando la imagen carbonizada de las 12.000 hectareas que hoy dibujan Gran Canaria quisiera poner en evidencia los efectos devastadores de un incendio que no se ve con llamas ni se apaga con los bomberos ni el personal de emergencias llegados de fuera de la isla, por más que los reconozcamos como héroes por haber hecho bien su trabajo en este incendio de agosto de 2019.
El modelo en el que cabalgamos ha provocado el 85 % de la pérdida de biodiversidad con implantación de un paisaje desolador que va desde una punta a otra de la isla pasando por toda la costa, (dejando excluido el paisaje de repoblación y algunos reductos naturales que se ha construido en los últimos años,arrasado en partes considerables por los grandes incendios forestales que tenemos cada diez años, bajo la amenaza de la repetición en tiempos menos espaciados). La preocupante desconexión con el medio rural, la desaparición de los saberes necesarios para dar continuidad al mundo rural y ser capaces de reconstruir un nuevo modelo , son elementos que deben hacernos temblar y reaccionar.
Ante esta observación, los incendios de agosto que devoraron una extensión de masa verde de más de 11.000 hectáreas. Según los datos aportados en el Parlamento por el presidente del Gobierno canario se vieron afectadas más de 2.000 hectáreas de cultivo y un 30% del Parque Natural de Tamadaba que afectó no solo a su masa forestal sino también a su fauna. Además de los daños al ecosistema y personales causados a más de 20 poblaciones dispersas, fueron evacuadas en torno a 10.000 personas, puede constatarse como algo muy negativo ya que tenemos un sentimiento de pérdida importante.
Sin embargo, podríamos ver algunos aspectos positivos puesto que ha habido un efecto de despertar colectivo que nos hace reflexionar sobre el modelo en el que cabalgamos, comprendiendo que es importante observar y revisar nuevamente nuestra despensa y nuestros hábitos de vida diaria a modo individual.
Quizá sea una manera de hacer frente a ese otro incendio que devora de manera implacable toda nuestra capacidad de reacción al tiempo que acaba con nuestro medio y la posibilidad de entender el concepto de soberanía alimentaria, más allá de un contexto de semillas de las que no disponemos porque entre otras cosas ya no cocinamos y preferimos las frutas sin pipas, o de unos productos que han decidido colocar en las tiendas del gurmet como diferenciados productos canarios.
El movimiento de agricultura ecológica ha empezado desde hace unas décadas a hacer sus pinitos, bajo importantes dosis de renuncias personales para quienes emprendían. Pasadas algunas décadas, donde muchos abandonaron y otros continuaron malviviendo convencidos del cambio, acecha la gran jugada de jaque mate al sector delos pequeños productores, esos que crean paisaje y nueva forma de vida más saludable, representando de manera verdadera la soberanía de producción para continuar con la soberanía alimentaria.
La amenaza no es otra que creer que es suficiente con comer producto local, sin evaluar dónde se obtiene ni de qué manera ha sido producido ni quién ha establecido el precio para el productor. Las grandes superficies están apuntándose al carro del producto ecológico. No olvidemos que los únicos que pueden reconstruir un paisaje que se asemeje a las aldeas que añoramos, son fundamentalmente los pequeños productores.
Bajo esta visión debemos encontrar fórmulas de acercar las ciudades a lo rural y viceversa sin que cada una pierda su funcionalidad.Por apuntar algunos datos que nos puede hacer pensar, en los últimos diez años el incremento de la superficie destinada al sector ecológico ha sido de un 10% en términos generales.
A modo de crítica. El sector ecológico está muy lejos de cuestionar el modelo de mercado en el que se mueve. Un ejemplo claro lo podemos poner con el cultivo de plátano. En ecológico está subvencionado por el POSEICAN y es más beneficioso para las personas agricultoras convertirse a productores ecológicos. Su destino no está en el mercado local, sino, atendiendo a nuestracondición de colonia, a mercados peninsulares, dejando una mínima cantidad que se destina al mercado alemán.
La agricultura tiende a desarrollarse con la motivación de la oportunidad económica. La primera pregunta que toca hacerse es qué modelo queremos, valorando el resultado de las subvenciones. La agricultura ecológica se presenta como un reto esperanzador que despierta simpatías, pese a la creencia fundamentada de que es más cara.
En el mercado tenemos dos grupos bien diferenciados
- Empresas de alimentación
- Masas de consumidores
Se han hecho verdaderas campañas para educarnos como consumidores. Nos han dicho compra mucho y muy barato. Afortunadamente cada vez hay más personas haciendo cambios en el modo de pensar y actuar, contemplando no sólo la calidad y cualidad del producto, sino el sustento de quienes cultivan.
Si se cambia el concepto, podemos salir del estado de confort como consumidoras, adquiriendo un compromiso con quienes producen, ya que entendemos que lo hacen para nosotras y no para el mercado que se presenta como algo más abstracto e indudablemente inhumano.
Es hora de empezar a:
- Reflexionar acerca del modelo agrícola y social que queremos
- Darle importancia a la actividad agrícola campesina por todo lo que representa como bien social, impidiendo que las persona agricultoras desfallezcan en el camino.
- Formar parte de un modelo participativo que baje el nivel de agitación e inquietud debido a la incertidumbre del sector ecológico frente a los canales de comercialización local.
Por su parte la administración debe hacer una labor de cuidado a la ciudadanía, empezando hacer más inversión en educación y en prevención de enfermedades además de instalar la filosofía, mediante el ejemplo, de vivir mejor con menos usando la creatividad.El proyecto de ecocomedores que se desarrolla en el archipiélago es un ejemplo de una clara intención hacia el cambio.
Sin embargo, pocos escolares conocen que en su colegio se come con productos locales y mucho menos quienes los producen. Pocos escolares y pocas familias han hecho un cambio en sus hábitos de consumo, donde es muy habitual desdeñar los alimentos con mucha alegría bajo un no me gusta la verdura o la fruta.
A modo de conclusión, debemos volver a mirar a las aldeas para que nos sirvan de fuentes para beber a la hora de construir las ciudades y personas ciudadanas, además de cuestionarnos el modelo económico que nos domina.
* La autora es María Dolores Rodríguez Martín, Técnico superior en gestión de fincas y Gerente de la asociación para la reprogramación de la comunidad agraria campesina Alborinco. Salió publicado originalmente en el número 1 de la Revista El Bucio.